miércoles, 3 de junio de 2015

Una perspectiva histórica de la TI (IX): la última fase de la burbuja



Ese momento en KPMG lo vivimos de una forma extraña.  A mediados de 1997 se había lanzado la metodología de consultoría basada en el concepto de BPI (Business Performance Improvement), el paradigma de la reingeniería apoyada en ERPs, pero un año después prácticamente se descartaba y se reemplazaba por el nuevo concepto de “e-Engineering”.  En lo inmediato, esto representaba solamente un cambio de lenguaje y de posicionamiento (¡donde decíamos CRM ahora debíamos decir e-CRM!, pero sin cambiar nada sustancial).  Esto mismo pasaba en casi todo el sector de Consultoría de Negocios, como no se sabía bien qué hacer se iban haciendo cambios “cosméticos” hasta que se pudieran escribir las reglas de la nueva economía.

Al margen de las consultoras de negocios, las empresas actuaron de tres maneras:
·         invirtiendo dinero directamente en empresas de Internet
·         creando sus propios emprendimientos
·         transformando sus operaciones hacia el e-Business

La primera actuación fue como echar gasolina en un incendio.  Fue lo que hicieron algunas grandes compañías al comprar start-ups (muy sobrevalorados en Bolsa).  Esto alimentó la burbuja con dinero fresco cuando las tradicionales fuentes de financiación de los fondos de capital riesgo empezaban a escasear.  El objetivo era sumarse a la ola y tener presencia en la Nueva Economía por un camino “corto”, un atajo, echar mano de la chequera y ponerse en carrera en poco tiempo, asumiendo que sus actividades “brick and mortar” declinarían en poco tiempo.  Los que fueron por este camino, no sabían que estaban comprando algo que valía en realidad mucho menos.

La segunda opción, que fue la elegida por muchas empresas: crear sus propias incubadoras de Internet.  Traer notables ingenieros y emprendedores del mercado (o así evitar el perder a sus profesionales), fondearlos bien, pagar altos salarios, darles discrecionalidad y libertad para gestionar y esperar los resultados.  Lo que no se imaginaban era que los resultados no llegarían o tardarían mucho más de lo previsto.

La tercera opción era adecuar los procesos internos a las nuevas reglas de Internet.  Por este camino muchas empresas tecnológicas tradicionales consiguieron mejoras importantes en la productividad. Es el caso de Dell, Cisco o Microsoft que idearon nuevos canales de comercialización por Internet, lanzaron productos específicos para aprovechar el boom o adecuaron sus procesos internos para aprovechar las nuevas herramientas basadas en la Web.

Pero muchas otras compañías, sobre todo las tradicionales, gastaron ingentes cantidades de dinero en sitios web, implementar herramientas de compra, subastas electrónicas cuyos resultados no justificaron para nada las inversiones realizadas.  Tengamos en cuenta que la “burbuja” había hecho que el software basado en Internet para grandes corporaciones alcanzara unos costes altísimos comparativamente con los convencionales y que el ROI de estas inversiones requería unos ahorros prácticamente imposibles.

Si nos posicionamos a principios del año 2000 parecía que el e-Business había creado también una nueva cultura empresarial.  Las principales características de este estilo eran el lujo, la informalidad y la velocidad.  
La burbuja de Internet: todas las imágenes de la época evocan la velocidad

El lujo se debía a la actitud del público ante los nuevos emprendedores.   Estos eran vistos como “ídolos” similares a las estrellas de rock o deportistas de élite.  Al comienzo esta publicidad parecía necesaria para hacer conocidas a las nuevas empresas ante el público en general y los inversores en particular. Por supuesto, estas notas publicitarias en muchas medios sólo podían centrarse en la figura de los fundadores, su forma de pensar y hasta su estilo de vida (como el caso del fundador de Boo.com). Por otro lado, no había mucho más que pudieran mostrar, salvo aburridos planes de negocios. Luego, se transformó esta publicidad fue degenerando en algunos casos en un cierto exhibicionismo, y en una curiosidad morbosa por parte del propio público.  

Pero para trasmitir confianza a su masa de “seguidores” estos líderes tenían que mostrar un estilo de vida lujoso, vistiendo ropa cara y a la moda, conduciendo coches de última generación, viviendo en residencias de estilo, comiendo y visitando lugares caros, muchas veces a cuenta de la propia empresa deficitaria que sobrevivía gracias a los ahorros de otras personas.  De ahí que al e-Business se lo identificara con el glamour, el lujo y, sobre todo, los abusos en la posición de los líderes.  Cabe reconocer, a la luz de otros casos conocidos, que no eran los únicos managers de su generación, pero si los más expuestos.  También hay que decir que no todos participaron de este paradigma.

El estilo informal era otro de los valores que se transmitían.   Los nuevos emprendedores no planteaban formar grandes corporaciones con trabajadores de “cuello blanco”.  Más bien trataban de impregnar sus organizaciones con una cultura de “garaje”, de trabajar como si estuvieran de entre casa.  Muchos de ellos habían huido de la cultura formal de las grandes organizaciones y si lo habían hecho no era para replicarla en sus empresas.   Por otro lado, eso los hacía aparecer como más modernos, diferenciados del modelo tradicional “obsoleto”, había que reinventar la cultura empresarial.  Erradicaban trajes para ir a trabajar, reemplazados por ropa informa, y las oficinas diseñadas “a medida” transmitían un toque posmoderno: grandes lofts, muebles de diseño, espacios abiertos y con mucho color.-
Estética de las oficinas en una startup de Internet creada alrededor de 2000

Sumado a esto iba el concepto de velocidad.  El auge de Internet había sido tan vertiginoso que pronto se estableció la verdad de que “no era necesario hacer las cosas bien sino rápido”.  Se pensaba (casi todos habían leído los libros de Ries y Trout), que lo importante era ocupar primero la posición en los nuevos nichos o negocios basados de Internet que se intentaban crear.  Llegar primero a un segmento nuevo multiplicaba el valor de la compañía.   Los emprendedores trabajaban jornadas de 16 horas, incorporaban personal cualificado por cientos en escaso tiempo, tomaban decisiones con escaso tiempo de reflexión, viajaban permanentemente y tenían reuniones todo el tiempo. 

Las agencias de publicidad, la industria de los medios de comunicación y las consultoras de estrategia y búsqueda de ejecutivos eran los principales proveedores de estas compañías, además de los proveedores de hardware, software y servicios informáticos.  Se gastaban millones de dólares en escaso tiempo para entregar rápido estos servicios que demandaban.  Las empresas del sector informático vieron, de repente, que una importante cantidad de sus ingresos venía de las empresas de nueva creación y no de las grandes corporaciones de siempre.  Eso desató una competencia feroz para venderle a estas nuevas compañías que nadaban en dinero.

Yo viví esta situación desde adentro de KPMG.  En el ejercicio 1998/99 la Firma tomó una decisión trascendental: escindir la rama de consultoría de las divisiones de auditoría e impuestos, y abrir su capital a la bolsa.  El objetivo de esta transformación, se decía, era obtener financiación en el mercado de capitales para las inversiones que hacían falta para transformarse y competir en la “nueva economía”.   Se partía de la base que los negocios tradicionales de asesoramiento, diseño de procesos y otros, declinarían inevitablemente o tendrían un peso en los ingresos mucho menor que antaño y que el futuro de la consultoría pasaba por Internet, para lo cual había que “transformarse”.

Esta transformación consistía en “reciclar” personal hacia servicios de Internet lo que implicaba mayores costes de formación y la incorporación de más personal con orientación tecnológica.  Luego se requerían dinero para adquirir equipos, para Centros de Demostraciones, para desarrollar software empaquetado o adaptaciones para ofrecer a las empresas, para montar servicios informáticos y para adquirir compañías con antecedentes e infraestructuras que ya supieran hacer estas cosas.  Además, dada la abundancia de “dinero fácil” en Internet, la retención de profesionales sólo se podía lograr con mecanismos de “stock options” como los mencionados anteriormente, que no estaban al alcance de una sociedad de profesionales independientes.

La conclusión era que una firma independiente que se fondeaba con el aporte personal de miles de socios privados carecía de la fortaleza financiera necesaria para hacer las inversiones que se requerían para competir en el terreno de la TI e Internet, que se había transformado en el negocio del futuro.  Esto parecía bastante razonable, teniendo en cuenta que hasta la compañías “brick and mortar” estaban invirtiendo en Internet y que una miríada de pequeñas consultoras y profesionales independientes se estaban organizando para dar servicio al nuevo sector de Internet, donde los grandes consultores e integradores no llegaban, perdiendo mercado.  Se estimaba, además, que la transformación debía ser vertiginosamente rápida.

No fue un diagnóstico original. Las otras firmas del sector (las “Big Five”) llegaron a conclusiones similares.  Las soluciones eran “flotar” en la bolsa o fusionarse con empresas cotizadas que tuvieran acceso a esta forma de financiación.  

Pero en ese momento vino la hecatombe...

No hay comentarios:

Publicar un comentario