lunes, 16 de noviembre de 2015

Los atentados de Paris y el uso miserable de las Redes Sociales

(English version here/Versión en Inglés aquí)


En estos últimos días, cientos de mensajes y posts inundan las redes sociales en relación con los atentados de Paris.  La mayoría son mensajes solidarios sin cortapisas pero, entre ellos, se cuelan también algunos que intentan “explicar” la violencia, como una respuesta a las acciones de Europa, en general, y de Francia, en particular, en la zona.  Todos los hemos visto: no voy a colaborar en su difusión.

La mayoría de ellas son una mezcla de mentiras, tergiversaciones o medias verdades, ocultando los aspectos de la historia que no cuadran con su “explicación”. Algunas están muy bien elaboradas, con un aire erudito, utilizado para ganar credibilidad.   Se trata de construir un relato donde la conclusión ya está predeterminada, tomando las partes de la historia real que les sirven para armar el discurso, e ignorando o descartando los episodios reales que son contradictorios con este fin.

Sin embargo, hay que recordar que esto no es más que una forma sutil de propaganda. Que detrás de esos mensajes normalmente hay un interés político o económico.  Se trata, como en toda publicidad, de destacar las características positivas del “producto” que quieren “vender” e ignorar los argumentos negativos. 

En la Era Digital, cuentan a su favor con un factor: un video breve o un texto de 128 caracteres tiene mucho más impacto y llega a mucha más gente, que una historia completa. El “ciudadano digital” recibe un bombardeo constante de contenidos, debe seleccionar lo que consume y, muchas veces, no tiene tiempo de contrastar la información. Sólo puede quedarse con los titulares o imágenes, que le llamen la atención.

En el caso de los atentados de Francia, la utilización de este recurso es particularmente miserable.  En estas circunstancias, vale la pena recordar el origen de la presencia francesa (y europea) en el Medio Oriente, sin omisiones (aunque lleve un poco más que un twitt).

Para mediados del Siglo XIX, Siria y El Líbano eran provincias del Imperio Otomano desde hacía más de 3 siglos.  El régimen político era feudal.    Los Señores pertenecían mayoritariamente a la tribu drusa que, apoyados en milicias musulmanas, sometían a vasallaje a los campesinos cristianos, a los que cobraban altísimos impuestos.  En 1858, un levantamiento cristiano expulsó a los Señores Drusos y repartió sus tierras. Siguió un período de inestabilidad con frecuentes escaramuzas.

Pero en 1860, milicias irregulares drusas y musulmanas emprendieron una “limpieza étnica” contra los cristianos. Once mil personas fueron asesinadas, incluyendo mujeres y niños, y cientos de poblaciones fueron arrasadas. Sólo en Damasco (la actual capital Siria), las milicias formadas por drusos y musulmanes sunníes radicales, mataron en 3 días a 3000 personas, arrasando el barrio cristiano.  
El barrio cristiano de Damasco luego de la masacre de 1860

Si algunos salvaron la vida sólo fue porque fueron protegidos por sus vecinos musulmanes, con quienes convivían en paz desde hacía siglos. Particularmente heroica fue la actuación de Abdel Kader, el líder argelino exiliado en Damasco, y su guardia, que enfrentaron a los milicianos y resguardaron muchas familias. Por esto, fue condecorado luego con la “Legión de Honor” de Francia.

Aunque el Sultán de Estámbul no apoyó la matanza, las tropas del Imperio Otomano eran débiles, mal armadas, no muy disciplinadas, y, además, no querían comprometerse contra los clanes drusos y musulmanes. Los cónsules europeos informaron puntualmente de la masacre a sus países. La prensa del Continente se hizo eco extensamente de los hechos, provocando una reacción pública. La Iglesia Católica francesa, particularmente, reclamó ayuda para la comunidad cristiana.

Fue entonces que Napoleón III, tomó la iniciativa y ofreció al Sultán el envío de un contingente militar internacional para ayudar a restaurar el orden.  Este aceptó.  El 3 de agosto de 1860, en Paris, se firmó un acuerdo entre el Imperio, Francia, Austria, Prusia, Gran Bretaña y Rusia. Se acordó enviar 12,000 soldados europeos a la región, de los cuales la mitad serían franceses, con el General Beaufort como jefe de la expedición. 

Artículo del "Times" sobre la expedición a Siria
"No van a hacer la guerra a ninguna potencia extranjera, sino a ayudar al Sultán a devolver a sus súbditos a la obediencia, cegados por el fanatismo de un siglo anterior". Las palabras de Napoleón III en la despedida a sus tropas, suenan extrañamente actuales (por supuesto, sin dejar de reconocer que Napoleón III evoca, al mismo tiempo, lo mejor y lo peor de la historia francesa).

En un par de meses, se restableció la paz.  Fue una novedad en la época: una expedición sin motivos imperialistas. Las tropas estuvieron menos de 1 año en la zona y se retiraron. Los soldados europeos habían arriesgado sus vidas sin motivaciones patrióticas ni económicas. Sólo para ayudar a sus semejantes. El Imperio Otomano nunca perdió su soberanía, pero miles de personas salvaron sus vidas y sus hogares. 

Antes de retirarse, una comisión internacional evaluó las causas de los hechos violentos y recomendó un nuevo sistema administrativo y judicial. El Sultán luego sancionó el “Reglamento Orgánico”, que daba un autogobierno limitado a la región, dentro de la unidad del Imperio. Entre otras reformas se estableció un consejo interreligioso con representantes de seis grupos: sunníes, drusos, maronitas, chíitas, ortodoxos y melquitas.  El nuevo régimen ganó 50 años de paz: hasta la I Guerra Mundial.

En 1914, el Imperio Otomano se alió con las Potencias Centrales (Alemania y Austria-Hungría), contra la Entente, formada por Francia, Gran Bretaña y Rusia (luego EE.UU.).  Con la rendición de éstos en 1918, la provincia sirio-libanesa quedó bajo ocupación de fuerzas británico-francesa, vencedora. Desde 1916, con el protocolo Sykes-Picot, se habían previsto “zonas de ocupación”, para los aliados combatientes, en caso de victoria.

Francia recibió el mandato sobre Siria y El Líbano, mientras los británicos lo hicieron sobre Palestina e Iraq. Las autoridades de ocupación francesa, transformaron la antigua región del Imperio: se legalizaron los partidos políticos, la libertad de prensa, se multiplicó por 4 el número de escuelas, se estableció la educación obligatoria hasta los 14 años, se creó una administración de justicia y un Ejército y una Policía local.  Un aspecto muy importante fue la emancipación de la mujer: se igualaron sus derechos con los hombres, el acceso a la educación y al trabajo e incluso a los cargos políticos.
Graduados de Medicina en Damasco en 1940

Pero, otra vez, esta no era una cuestión imperialista o colonial. En 1928, sólo 10 años tras la Guerra Mundial, se realizaron las primeras elecciones democráticas. Siria, tuvo su Parlamento y, un año después, una Constitución.  En 1936, se acordó llegar a la Independencia en 5 años, un proceso interrumpido por la II Guerra Mundial y la ocupación de Francia por Alemania. A pesar de todo, las Fuerzas Francesas Libres, proclamaron la independencia en 1941 y la hicieron efectiva, con la retirada de todas sus tropas al final de la guerra.  Una transición de un régimen feudal, de una provincia sometida a una monarquía absoluta, a un país independiente y democrático en poco más de 20 años efectivos.  Convengamos en que lo que ocurrió después no tiene mucho que ver con el mandato francés.

Conviene recordar la historia completa. No podemos impedir la circulación de bulos, falsificaciones y propaganda oculta por las redes sociales. Pero si podemos, prevenir sobre su existencia. Animar a la gente a verificar los datos y a separar la paja del trigo. A reconocer las fuentes éticas y las que no lo son. Y, en la medida que podamos, desenmascarar a quienes utilizan una tragedia de una forma tan miserable.


miércoles, 4 de noviembre de 2015

¡ Qué inventen ellos !

Todos hemos escuchado la expresión "¡Qué inventen ellos!" atribuida en diferentes obras y circunstancias al escritor español Miguel de Unamuno, en la primera década del Siglo XX. La misma surge en medio de una agria polémica entre dos bandos intelectuales, que se enfrentaban públicamente a través de artículos periodísticos, conferencias y cátedras universitarias, a veces hasta el nivel de la ofensa personal.

La polémica pasaba por la posición relativa de España en Europa.  Un bando, liderado por José Ortega y Gasset, sostenía que España era un país atrasado respecto de las grandes potencia europeas (el Imperio Británico, el Imperio Alemán o la República Francesa). Y que el motivo de este atraso era que la producción científica y tecnológica de los españoles era muy baja respecto de estos países.  Para ellos, el bienestar futuro de la sociedad pasaba por converger con estos países e incentivar la investigación científica y el desarrollo tecnológico.
José Ortega y Gasset
El otro bando, liderado por Unamuno, no compartía esta visión, y consideraba que el desarrollo científico y tecnológico no era el modo de medir el bienestar o progreso de una sociedad.  Consideraba, que el desarrollo cultural o moral tenía una impotancia mayor que el bienestar material de la sociedad.  No creían, en definitiva, que el modelo de desarrollo propuesto por Ortega y Gasset fuese adecuado para España y, por tanto, no creían que el país estuviese atrasado respecto al resto de Europa.
Miguel de Unamuno

Este enfrentamiento intelectual tampoco era exclusivo de España.  El bando de Ortega y Gasset asumía las ideas del positivismo de finales del siglo XIXUnamuno había crecido bajo esta misma ideología, pero había ido cambiando con el paso del tiempo hacia criterios más humanistas o existencialistas.

La expresión de Unamuno fue utilizada por sus críticos para denostarlo y atribuirle a él y a sus seguidores ese presunto atraso de España en Europa.  A pesar de los años transcurridos la expresión sigue siendo utilizada tanto en el discurso periodístico como en el político. En general, como crítica a la sociedad española por su escasa producción científica y tecnológica y, en particular, la escasa prioridad que las ciencias y la investigación tienen en los partidos políticos, la administración pública y el tejido empresarial.

En realidad, Unamuno probablemente jamás pronunció las palabras que se le atribuyen, al menos no en el sentido literal que le atribuyen.  En 1911 declaró: "Y he aquí el significado de mi exclamación, algo paradójica, lo reconozco, "¡que inventen ellos!", exclamación de que tanto finge indignarse algún atropellado cuyo don es el de no querer entender o hacer como que no se entera".  

Probablemente lo más aproximado a lo que realmente pensaba Unamuno es lo que puso en boca de uno de los personajes de su obra "El Pórtico del Templo" en 1906: "Inventen, pues, ellos y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones. Pues confío y espero en que estarás convencido, como yo lo estoy, de que la luz eléctrica alumbra aquí tan bien como allí donde se inventó." 

Si lo analizamos detenidamente, en realidad, lo que vemos son dos visiones del desarrollo económico.  Ortega defendía la investigación en ciencias básicas y la elaboración de patentes tecnológicas como fuente genuina de desarrollo.  En la visión de Unamuno, sin desdeñar para nada la ciencia, esto no era tan prioritario como el aprovechamiento o aplicación de estas tecnologías.

Esta discusión sigue siendo perfectamente actual si la trasladamos a las empresas españolas en la Era Digital.   ¿Qué debemos hacer? ¿Invertir en el desarrollo de nuevas tecnologías, con la esperanza de llegar primero que otros (y luego licenciarlas)? ¿O adquirir las tecnología desarrolladas por otros y dar forma a nuevas aplicaciones y modelos de negocio? ¿Ambas cosas son incompatibles?

Para tomar una decisión al respecto hay que considerar algunas condiciones de partida.  La investigación en ciencias básicas y tecnologías punteras es mucho más costosa y de resultado más incierto que el ensayo de sus aplicaciones.  Por otro lado, sus beneficios son mucho más altos, dado que tienen un efecto multiplicador (como cuando Microsoft introdujo su sistema operativo en los ordenadores de cientos de fabricantes).

Además, no todos los campos de investigación son iguales. Unamuno nos da otra pista: "en Suiza no pueden desarrollarse grandes marinos".  Existen empresas, países o territorios con grandes ventajas comparativas para el desarrollo de determinadas tecnologías por tradición, necesidad o la suerte (de que naciera un genio en ellas).  Por el contrario, también se pueden tener grandes desventajas, que hagan que invertir en ciertas tecnologías en una compañía o país, sea mucho más costoso y el resultado más incierto, que en otros.

Basado en esto, en mi opinión, ambas visiones pueden coexistir en una compañía o a nivel país.  Lo verdaderamente importante elegir adecuadamente los campos en los cuáles invertir fuerte en investigación (donde el objetivo de ser líder es alcanzable) y aquellos en los cuáles debemos adquirir la tecnología y mejorarla o darle una mejor y original aplicación.

Si atisbamos en el pasado podemos apreciar lo que seguramente advirtió Unamuno:
  • La vacuna antivariólica se inventó en el Reino Unido, pero fue el Reino de España el primero en realizar una campaña de vacunación eficaz a nivel intercontinental (expedición Balmis) entre 1803 y 1806.
  • Aunque la red eléctrica y el alumbrado público no se desarrollaron en España, su difusión fue muy rápida y ya en la década de 1880 estaba en línea con el resto de Europa y América.
  • El telégrafo no se inventó en España, pero se extendió muy rápido. El telégrafo Morse fue adoptado como estándar en la Europa continental en 1851.  Pero en 1855 ya había servicio público en España y en sólo 3 años se habían enlazado todas las capitales de provincias y las principales ciudades. Para 1900 la red era comparable a la de Francia.
  • Los ferrocarriles se desarrollaron muy rápidamente. España desarrolló su primera línea comercial en Cuba en 1837) y, a pesar de su difícil orografía, entre 1855 y 1865 se construyó una red ferroviaria moderna a un ritmo muy rápido y homologable al resto de Europa.
  • El cine llegó a España muy pocos meses después de su invención en Francia en 1895. Rápidamente entusiastas fotógrafos y emprendedores adoptaron la tecnología. La primera película argumental se rodó ya en 1897 y con animación en 1898.

Unamuno era perfectamente consciente de estos éxitos cuando formuló su célebre expresión.  También sabía que, en algunos campos, España podía despuntar entre los líderes.  Podemos citar a dos: la construcción naval (revolucionada por el submarino eléctrico de Isaac Peral) y el ámbito de la salud, con el desarrollo muy adelantado de la sanidad pública y las investigaciones pioneras de Miguel Servet o Santiago Ramón y Cajal.

En la actualidad, pasa un poco lo mismo.  Existe un tópico o cliché repetido, a través de la prensa y en los debates políticos, de que España está a la cola de los países desarrollados en inversión privadas en I+D+i, registro de patentes o en el ranking de investigación universitaria.  Todo lo cual es una verdad parcial, porque soslaya algunos aspectos importantes:

  • Sin haber inventado el "smartphone", España es el líder europeo en la penetración de esta tecnología (10 puntos por encima de la media europea)
  • Sin ser fabricante de equipamiento, España cuenta con las redes de 4G con mayor velocidad de descarga del mundo.
  • Sin elaborar hardware o software básico originales, cuenta con líderes sectoriales globales de software de aplicación como Amadeus (turismo) e INDRA (Defensa), siendo España la 7ª potencia mundial por líneas de código desarrolladas
  • Sin ser líder en investigación farmaceútica o en equipamiento médico, el sistema sanitario español (visto en conjunto) aparece en los ránkings, entre los 5 mejores del mundo, por cobertura, resultados y eficiencia.  Varios hospitales y unidades clínicas aparecen siempre entra los centros mundiales de referencia.
  • Aunque las Universidad españolas no sobresalen en ciencia y tecnología,  dos de sus Escuelas de Negocios (el IE y el IESE) siempre están entre los 5 o 10 primeros en todos los ránkings mundiales.

    Es más, las empresas españolas destacan en algunas tecnologías punteras como las energías renovables (a pesar de las polémicas), las infraestura de transportes, la investigación en materiales novedosos como el grafeno, algunas áreas de la industria aeronáutica y, por supuesto, en el sector de la restauración y de la moda.

    Esta performance no sólo se produce entre las grandes empresas.  En los últimos años, cientos de pequeños startups han aparecido para explorar nuevos modelos de negocio. Apps como LogQuiz ya han logrado batir las decenas de millones de descargas, así como Dogfight, iBasket, o similares.  En el ámbito de la salud personal, Tu Peso Ideal y otras, alcanzan varios millones de descargas y han figurado mucho tiempo como líderes en los rankings.
Entonces...¿ Dónde deberían poner sus recursos las grandes empresas y emprendedores españoles? 

En mi opinión, estas reglas siguen valiendo en la Era Digital. Si invierten en investigación de nuevas tecnologías en sectores donde no hay claras ventajas competitivas, probablemente no obtengan ningún retorno.  En estos casos, sería mejor que adquirieran tecnología y buscasen formas originales de explotarlas ("aprovecharlas" diría Unamuno).  En los sectores o nichos con claras ventajas es donde habría que poner el énfasis en I+D y mantener o alcanzar el liderazgo. 

Del análisis objetivo y estratégico de la situación de cada mercado, dependerá que se tome la decisión correcta (resumiendo "Make" or "Buy"). El profesor Unamuno no abogaba en contra la tecnología como tal. Opinaba sobre como deberían los españoles posicionarse ante ella para obtener el mayor beneficio. Y su perspectiva sigue tan vigente hoy como en 1906.