En estos últimos días, cientos de mensajes y posts inundan las redes sociales en relación con los atentados de Paris. La mayoría son mensajes solidarios sin cortapisas pero, entre ellos, se cuelan también algunos que intentan “explicar” la violencia, como una respuesta a las acciones de Europa, en general, y de Francia, en particular, en la zona. Todos los hemos visto: no voy a colaborar en su difusión.
La mayoría de ellas son una
mezcla de mentiras, tergiversaciones o medias verdades, ocultando los aspectos
de la historia que no cuadran con su “explicación”. Algunas están muy bien elaboradas,
con un aire erudito, utilizado para ganar credibilidad. Se trata de construir un relato donde la
conclusión ya está predeterminada, tomando las partes de la historia real que
les sirven para armar el discurso, e ignorando o descartando los episodios
reales que son contradictorios con este fin.
Sin embargo, hay que recordar que
esto no es más que una forma sutil de propaganda.
Que detrás de esos mensajes normalmente hay un interés político o
económico. Se trata, como en toda
publicidad, de destacar las características positivas del “producto” que
quieren “vender” e ignorar los argumentos negativos.
En la Era Digital, cuentan a su
favor con un factor: un video breve o un texto de 128 caracteres tiene mucho
más impacto y llega a mucha más gente, que una historia completa. El “ciudadano
digital” recibe un bombardeo constante de contenidos, debe seleccionar lo que
consume y, muchas veces, no tiene tiempo de contrastar la información. Sólo puede
quedarse con los titulares o imágenes, que le llamen la atención.
En el caso de los atentados de
Francia, la utilización de este recurso es particularmente miserable. En estas circunstancias, vale la pena
recordar el origen de la presencia francesa (y europea) en el Medio Oriente,
sin omisiones (aunque lleve un poco más que un twitt).
Para mediados del Siglo XIX,
Siria y El Líbano eran provincias del Imperio Otomano desde hacía más de 3
siglos. El régimen político era feudal. Los Señores pertenecían mayoritariamente a
la tribu drusa que, apoyados en milicias musulmanas, sometían a vasallaje a los
campesinos cristianos, a los que cobraban altísimos impuestos. En 1858, un levantamiento cristiano expulsó a
los Señores Drusos y repartió sus tierras. Siguió un período de inestabilidad
con frecuentes escaramuzas.
Pero en 1860, milicias irregulares
drusas y musulmanas emprendieron una “limpieza étnica” contra los cristianos.
Once mil personas fueron asesinadas, incluyendo mujeres y niños, y cientos de
poblaciones fueron arrasadas. Sólo en Damasco (la actual capital Siria), las
milicias formadas por drusos y musulmanes sunníes radicales, mataron en 3 días a
3000 personas, arrasando el barrio cristiano.
El barrio cristiano de Damasco luego de la masacre de 1860 |
Si algunos salvaron la vida sólo
fue porque fueron protegidos por sus vecinos musulmanes, con quienes convivían
en paz desde hacía siglos. Particularmente heroica fue la actuación de Abdel
Kader, el líder argelino exiliado en Damasco, y su guardia, que enfrentaron a
los milicianos y resguardaron muchas familias. Por esto, fue condecorado luego
con la “Legión de Honor” de Francia.
Aunque el Sultán de Estámbul no
apoyó la matanza, las tropas del Imperio Otomano eran débiles, mal armadas, no
muy disciplinadas, y, además, no querían comprometerse contra los clanes drusos
y musulmanes. Los cónsules europeos informaron puntualmente de la masacre a sus
países. La prensa del Continente se hizo eco extensamente de los hechos,
provocando una reacción pública. La Iglesia Católica francesa, particularmente,
reclamó ayuda para la comunidad cristiana.
Fue entonces que Napoleón III, tomó la iniciativa y ofreció al Sultán el envío de un contingente
militar internacional para ayudar a restaurar el orden. Este aceptó.
El 3 de agosto de 1860, en Paris, se firmó un acuerdo entre el Imperio, Francia,
Austria, Prusia, Gran Bretaña y Rusia. Se acordó enviar 12,000 soldados
europeos a la región, de los cuales la mitad serían franceses, con el General
Beaufort como jefe de la expedición.
Artículo del "Times" sobre la expedición a Siria |
"No van a hacer la guerra a ninguna potencia extranjera, sino a ayudar al Sultán a devolver a sus súbditos a la obediencia, cegados por el fanatismo de un siglo anterior". Las palabras de Napoleón III en la despedida a sus tropas, suenan extrañamente actuales (por supuesto, sin dejar de reconocer que Napoleón III evoca, al mismo tiempo, lo mejor y lo peor de la historia francesa).
En un par de meses, se restableció la paz. Fue una novedad en la época: una expedición sin motivos imperialistas. Las tropas estuvieron menos de 1 año en la zona y se retiraron. Los soldados europeos habían arriesgado sus vidas sin motivaciones patrióticas ni económicas. Sólo para ayudar a sus semejantes. El Imperio Otomano nunca perdió su soberanía, pero miles de personas salvaron sus vidas y sus hogares.
En un par de meses, se restableció la paz. Fue una novedad en la época: una expedición sin motivos imperialistas. Las tropas estuvieron menos de 1 año en la zona y se retiraron. Los soldados europeos habían arriesgado sus vidas sin motivaciones patrióticas ni económicas. Sólo para ayudar a sus semejantes. El Imperio Otomano nunca perdió su soberanía, pero miles de personas salvaron sus vidas y sus hogares.
Antes de retirarse, una comisión
internacional evaluó las causas de los hechos violentos y recomendó un nuevo sistema
administrativo y judicial. El Sultán luego sancionó el “Reglamento Orgánico”,
que daba un autogobierno limitado a la región, dentro de la unidad del Imperio.
Entre otras reformas se estableció un consejo interreligioso con representantes
de seis grupos: sunníes, drusos, maronitas, chíitas, ortodoxos y
melquitas. El nuevo régimen ganó 50 años
de paz: hasta la I Guerra Mundial.
En 1914, el Imperio Otomano se
alió con las Potencias Centrales (Alemania y Austria-Hungría), contra la Entente,
formada por Francia, Gran Bretaña y Rusia (luego EE.UU.). Con la rendición de éstos en 1918, la
provincia sirio-libanesa quedó bajo ocupación de fuerzas británico-francesa,
vencedora. Desde 1916, con el protocolo Sykes-Picot, se habían previsto “zonas
de ocupación”, para los aliados combatientes, en caso de victoria.
Francia recibió el mandato sobre
Siria y El Líbano, mientras los británicos lo hicieron sobre Palestina e Iraq.
Las autoridades de ocupación francesa, transformaron la antigua región del
Imperio: se legalizaron los partidos políticos, la libertad de prensa, se
multiplicó por 4 el número de escuelas, se estableció la educación obligatoria
hasta los 14 años, se creó una administración de justicia y un Ejército y
una Policía local. Un aspecto muy importante
fue la emancipación de la mujer: se igualaron sus derechos con los hombres, el
acceso a la educación y al trabajo e incluso a los cargos políticos.
Pero, otra vez, esta no era una cuestión imperialista o colonial. En 1928, sólo 10 años tras la Guerra Mundial, se realizaron
las primeras elecciones democráticas. Siria, tuvo su Parlamento y, un año
después, una Constitución. En 1936, se
acordó llegar a la Independencia en 5 años, un proceso interrumpido por la II
Guerra Mundial y la ocupación de Francia por Alemania. A pesar de todo, las
Fuerzas Francesas Libres, proclamaron la independencia en 1941 y la hicieron
efectiva, con la retirada de todas sus tropas al final de la guerra. Una transición de un régimen feudal, de una
provincia sometida a una monarquía absoluta, a un país independiente y democrático en poco más de 20 años efectivos. Convengamos en que lo que ocurrió después no tiene mucho que ver con el mandato francés.
Conviene recordar la historia
completa. No podemos impedir la circulación de bulos, falsificaciones y
propaganda oculta por las redes sociales. Pero si podemos, prevenir
sobre su existencia. Animar a la gente a verificar los datos y a separar la
paja del trigo. A reconocer las fuentes éticas y las que no lo son. Y, en la
medida que podamos, desenmascarar a quienes utilizan una tragedia de una forma
tan miserable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario