Esta semana leíamos la nota de Dan Raywood en Infosecurity, citando la intervención de Martin Roesch, VP de Arquitecturas Cisco Business Security, que decía algo así: "la complejidad es un problema real que debe ser tratado y mientras nos quejamos sobre él, nadie hace nada acerca de ello".
Efectivamente,
Roesch advierte sobre la tendencia creciente de la industria de
ciberseguridad a crear capa sobre capa de tecnologías de "propósito
específico", para resolver un determinado tipo de vulnerabilidad o
amenaza, generando una "proliferación de cajas". Esto trae como
consecuencia un notable aumento de la complejidad en la gestión y
mantenimiento de estas "nuevas cajas", así como del análisis y
explotación de la información que generan. En definitiva, cree que la
industria ha caído en la "trampa de la complejidad".
Este concepto ya había sido definido por Tom Peters muchos años atrás, en 1987, en este brillante artículo.
Y hace referencia a la tendencia de la industria occidental
(particularmente de la americana) a privilegiar las soluciones
complejas, caras, de largas fases de investigación y desarrollo de
laboratorio, en lugar de soluciones simples, evolutivas, de bajo
coste.
Este
modelo de seguridad "en capas" condena a las empresas y Administraciones Públicas (sobre todo a las infraestructuras críticas) a arrastrar una
gran ineficiencia en sus operaciones de TI, obligando a manejar
múltiples consolas que requieren de personal especializado, multiplicar
infraestructuras de alojamiento y proceso de datos, y disponer de
múltiples servicios de mantenimiento y reparación.
Pero
también es una forma de dilapidar los valiosos "recursos naturales" de
la industria de ciberseguridad, en la figura de ingenieros, técnicos y
programadores, que duplican esfuerzos en solucionar problemas que
afectan pequeños "nichos" de pocos clientes con soluciones muy
complejas. Algo parecido a lo que ocurrió con la guerra acorazada en la
II Guerra Mundial.
Tras
la derrota de Francia por la Alemania Nazi en 1940 había quedado
demostrado que la era de las trincheras estaba obsoleta y que la base de
cualquier estrategia de guerra terrestre estaría basada en las fuerzas
mecanizadas, particularmente de los vehículos blindados (tanques). Desde entonces, todos los ejércitos se lanzaron a una carrera
para mecanizar sus fuerzas. En esta hubo dos enfoques muy
diferenciados.
El
Gobierno del III Reich contrató a los más prestigiosos diseñadores de
automoción, los equipos de Ferdinand Porsche y Oscar Henschel, quienes
desarrollaron los vehículos de nueva generación, cuya "obra maestra" se
transformó en el tanque Tiger II. Adicionalmente, diseñaron toda una
línea de vehículos blindados que iba desde coches ligeramente
acorazados, artillería autopropulsada de diverso calibre, tanques
anfibios, cazatanques, tanques super-pesados (como el MAUS) y otros.
Tanque Elephant, una de las variantes de la línea Tiger, este diseñado por Ferdinand Porsche |
Una división acorazada (Panzer) alemana típica, promediando el conflicto entre 1942 y
1945, llevaba una amplia colección de vehículos blindados para
diferentes propósitos, con cañones y ametralladoras de distinto calibre,
motores de diferente potencia y tecnología. Sin hablar de tripulaciones
altamente especializadas, con largas horas de entrenamiento. Y debía transportar una gran
cantidad de combustible, dado que estos vehículos pesados eran grandes
consumidores.
En
el otro extremo, el gran enemigo del
ejército alemán, el Ejército Rojo aplicó una estrategia muy diferente.
Seleccionó apenas dos diseños básicos de tanque: el T-34 y el KV-1,
evolucionados de los tanques ligeros utilizados (con muchos fallos) en
la Guerra Civil Española, producidos por la fábrica Morozov de Kharkov y
la antigua Putilov de Leningrado. En el diseño colaboraron activamente
los propios veteranos de los combates.
El sencillo KV-1 |
Se
priorizó abiertamente la rapidez de la producción y la sencillez en la
operación. Una división soviética típica tenía muchos más tanques que las alemanas y estos
eran "todo terreno", capaces de operar en cualquier condición de suelo y
clima, aunque mucho menos aptos para el combate mano a mano contra un
vehículo enemigo similar. El personal necesario para operarlos se entrenaba en horas: los tanques
podían salir ya tripulados de la fábrica, directamente al frente de combate, sin
pasar por los campos de maniobras.
El
resultado de estas dos estrategias se reflejó en el campo de batalla.
Cada división alemana debía llevar un gran número de mecánicos
entrenados y repuestos para cada vehículo. La sofisticada tecnología que
utilizaban causaba frecuentes fallos y retrasaba la entrega de las
unidades al frente. Las fábricas alemanas tenían que disponer de líneas
de montaje para unos 60 modelos de vehículos diferentes, no alcanzando
ninguna una gran economía de escala. La producción de cada modelo podía
alcanzar entre 25 y 100 unidades al mes. El coste de producción era alto,
consumiendo mucho capital. Peters diría que la industria de automoción
alemana había caído en la "trampa de la complejidad".
En
cambio, las divisiones acorazadas del Ejército Rojo tenían siempre
muchas más unidades disponibles. Esta mecánica básica y simple
facilitaba la gestión logística: los repuestos se podían intercambiar de
unos vehículos a otros sin dificultad.
Se llevó al límite la economía de escala y se optimizaron los procesos
de producción con ayuda de ingenieros de la industria automotriz
americana. El coste de producción era muy inferior al de un tanque alemán, alcanzando una producción 4 veces superior a la del III Reich.
Aún
así, cada unidad alemana era extremadamente eficiente en el combate
uno-a-uno contra
cualquier vehículo similar del adversario, en algunos casos alcanzando
un número de victorias de 10 a 1. Para compensar esta deficiencias, el
Ejército Rojo desarrolló la llamada "doctrina operacional". Esta
determinaba que las unidades a nivel operacional debían disponer de todas las armas y servicios en forma autónoma
(artillería, logística, servicios sanitarios, aviación, blindados), bajo
el mismo mando operacional. De esta forma, se garantizaba la total
"integración" operativa, alcanzando una gran eficiencia en la gestión de
los recursos, y los mandos operacionales tenían un gran "empowerment".
Esto
permitía compensar las desventajas mano-a-mano con los alemanes con una
mayor flexibilidad y movilidad de los recursos. Si los sofisticados
tanques alemanes lograban una victoria local en una parte del frente,
rápidamente los soviéticos eran capaces de desplazar tropas mecanizadas,
tanques, artillería y bombarderos tácticos para cerrar las brechas y
contenerlos. Y pasar rápidamente a la ofensiva en otros sectores. Por
contra, Hitler implementó un control estricto y centralizado del uso de
sus carísimos recursos blindados, que prácticamente no podían usarse en
ciertas cantidades sin su autorización directa.
Un T-34 y un Panzer IV en el monumento a la batalla del paso de Duklass |
En el largo plazo, la "trampa de la complejidad" costó muy caro a las tropas del III Reich (para ampliar el tema se puede leer el libro Richard Overy, ¿Por qué triunfaron los Aliados?). Una estrategia basada en la simplicidad de los medios, la integración de las capas de servicio y una cadena de mando ágil fue mucho más eficaz y eficiente.
En el caso de la ciberseguridad, ¿Cómo enfrentarse a la "trampa de la complejidad"? Roesch recomienda a la industria buscar formas de integración,. estandarización o alianza entre diferentes fabricantes para reducir el número de capas y así disminuir las necesidades logísticas y de gestión (algo así como reducir el número de modelos de tanque). Es una forma de autoprotección porque el gasto en ciberseguridad está creciendo en los operadores de infraestructuras críticas, con el riesgo de hacerse insostenible.
Quizás, desde el punto de vista del usuario, se necesita formular una nueva "doctrina operacional" para la ciberseguridad. Así la
industria se adaptará por si misma a las nuevas
demandas de sus grandes clientes (empezando por los Gobiernos, las FF.AA. y de Seguridad, y las infraestructuras críticas) y tenderá a reducir su propia complejidad, a
través de productos más integrados y "todo terreno". Esta nueva doctrina consistiría en:
- Revisar el mapa de riesgos más probables y optimizar el número de capas, evitando superposiciones, en una nueva arquitectura de Seguridad, que no busque lo mejor ante cada amenaza independiente sino un "sistema" que funcione en su conjunto
- Ganar economías de escala a través de centros de competencia compartidos (público-privados) para formar en forma homogénea a los profesionales en tecnologías básicas y normativa (no dejando esta formación en manos de la industria). En esta dirección va la nueva normativa europea.
- Finalmente, desarrollar un programa de respuesta ágil por los mandos "en el terreno" para atender cualquier situación inesperada y cerrar rápidamente las brechas que se puedan producir, compartiendo información (y eventualmente recursos) entre distintas organizaciones.
O, como dice Peters, quizás se trata sólo de "hacer ingeniería", definida como la "habilidad para hacer por $1 lo que un maldito tonto haría por $ 2".
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